lunes, 28 de marzo de 2011

CERO GRADOS. NI FRÍO NI CALOR.

Por Alberto Hernández

Nunca he comprendido la enorme gracia con la que la gente y, en especial, los locutores de radio, hacen uso de tan absurda sentencia. Tal vez sea porque en Zaragoza, donde yo vivo, el hecho de encontrarnos a 0 ºC, junto con nuestro frecuente compañero, el cierzo, implica un día de frío helador.

Comenzaré explicando que el calor y el frío son términos que designan la transferencia de energía entre dos cuerpos que se encuentran a diferente temperatura, o entre un cuerpo y el ambiente que le rodea, como será el caso que nos ocupe. La energía puede ser transferida por diferentes mecanismos, fundamentalmente por radiación, conducción o convección, aunque en la mayoría de los procesos reales todos se encuentran presentes en mayor o menor medida.

Hasta aquí pudiera pensarse que la temperatura tiene un papel básico en la transferencia de la energía. Sin embargo, la experiencia de un cuerpo, esta vez me refiero a un cuerpo humano, expuesto al viento tiene un carácter fundamentalmente convectivo, pudiendo despreciarse el resto de fenómenos.
La transferencia de calor por convección se expresa con la Ley del Enfriamiento de Newton:


donde h es el coeficiente de convección, As es el área del cuerpo en contacto con el aire, Ts es la temperatura en la superficie del cuerpo y Tinf es la temperatura del aire.

Lo más llamativo de la fórmula es que el coeficiente de convección h es un valor empírico que depende de diversos factores, entre otros, la humedad, la temperatura y por supuesto la velocidad del aire. Y he aquí la posible causa de mi indignación ante la famosa cita radiofónica.

En igualdad del resto de parámetros y bajo unas condiciones determinadas, la variación de h en función de la velocidad se puede estimar según la siguiente tabla:

v (km/h)
0
8,03
12,06
16,05
24,12
32,14
40,17
48,24
h (W/m2.K)
9,40
17,60
22,70
25,70
34,10
42,40
50,60
58,50
Fuente: ASHRAE Fund

Podré un ejemplo para aclarar los datos. Un día cualquiera, a la misma temperatura exterior, por ejemplo los hilarantes 0 ºC, en Huesca corre una ligera brisa de 8 km/h y en Zaragoza el cierzo a 40 km/h. Según se desprende de la tabla, el coeficiente h se triplica y por lo tanto el frío, ya que la temperatura del aire es la misma y la del cuerpo también. Salvo por una variable, el área del cuerpo expuesta As, que nos permite sobrellevarlo dignamente aunque un poco encogidos.

Por lo tanto, el único parámetro que nos permite reducir ese frío a unos niveles admisibles es el área del cuerpo expuesta al viento, y ahí esta la explicación científica del título de cheposos con el que algunos nos denominan.

Y expuesto lo anterior, lanzo el guante a cuantos fatos quieran recogerlo para dar una explicación sobre su cariñoso apelativo.

sábado, 12 de marzo de 2011

AGUA QUE NO HAS DE BEBER, DEJALA CORRER

“Parece, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas”

Por Alberto Hernández 

Pronto se cumplirán tres años de la Exposición Internacional del Agua que se celebró en Zaragoza en el año 2008. Tras la vorágine de espectáculos, pabellones y conferencias arengando al mundo entero por la reducción del consumo de agua, sólo resta reflexionar y acudir al refranero español.

En el colegio siempre nos explicaron el ciclo natural del agua como un proceso cerrado, en equilibrio. Personalmente, siempre me lo imaginé empezando por la lluvia que anegaba los campos y llenaba el cauce de los ríos. Desde allí la captábamos para nuestros usos cotidianos y, de una forma o de otra, se devolvía al río. Finalmente llegaba al mar, que es el morir, donde se evaporaba y formaba las nubes que ascendían hasta las montañas y de nuevo comenzaba su descenso. Eliminando la poética infantil y añadiendo algún que otro proceso natural creo que se puede utilizar como modelo básico de lo que realmente ocurre en el camino del agua.

Cada territorio dispone de unas capacidades hídricas que, salvo por la intervención humana, dependen de su proximidad a los ríos y de las características de éstos. Prueba de ello es que todas las grandes civilizaciones de la historia se desarrollaran junto a algún río insigne (Tigris, Eufrates, Nilo…)

El caudal de un río depende del equilibrio entre varios factores: la temperatura, la presión, la orografía, etc. En función de ellos, nos encontramos con temporadas de sequía en las cuales el agua realiza ciclos más largos y, por lo tanto, con menos precipitaciones, así como hay otras etapas de grandes lluvias en las que sucede lo contrario.

Una vez entendido esto, resulta paradójico el acto de ahorrar agua en aras del medio ambiente. El agua que yo utilizo en la ducha, en la lavadora o para regar el jardín retorna de nuevo a su ciclo natural de forma inevitable. No hay charco que no se evapore, ni lavabo que no desagüe. Si redujéramos a la mitad mañana el consumo de agua, el río no modificaría su caudal ni tampoco llovería de forma anormal.

Entonces, ¿por qué debemos ahorrar agua? Tal vez para reducir la factura del agua. Tal vez para evitar costes energéticos de bombeo y depuración. O tal vez para trasvasarla a otros cauces más pobres. Pero, desde luego, en ningún caso porque sea un bien escaso, causa de futuras guerras, ya que el agua ni se conserva ni se consume. Simplemente fluye.